sábado, 13 de noviembre de 2010

¿Es éste el pensamiento crítico que queremos? (I)


A mediados de los años setenta del siglo pasado la parapsicología, la ufología, las corrientes espirituales de todo signo o las teorías astroarqueológicas proliferaban por doquier en los medios de comunicación y las creencias populares. Esto llevó a determinados sectores de la opinión pública y académica a valorar la necesidad de crear un comité neutral que evaluara toda aquella ingente masa de aseveraciones que trastocaban los pilares de la ciencia contemporánea y del conocimiento del mundo, tal cual era generalmente admitido. Dicho organismo debía de ser capaz de valorar la entidad real, el fundamento, de toda esa panoplia de fenómenos extraños así como de las explicaciones, igualmente extraordinarias, que solían acompañarlos.

Por tales motivos, en 1976 por Paul Kurtz y Marcello Truzzi, junto a otros escépticos de larga trayectoria, fundaron el Comité para la Investigación Científica de las Afirmación de lo Paranormal (Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal CSICOP). Sin embargo, su actual denominación es Comité para la Investigación Escéptica (CSI por sus siglas en inglés de Committee for Skeptical Inquiry) . Pues bien, desde el primer momento el CSICOP creó un instrumento de divulgación de alternativas racionales a los llamados fenómenos paranormales, así como una vía para mostrar, mediante sus propias investigaciones, el nulo fundamento que tenían todas aquellas pseudociencias. El instrumento en cuestión fue la revista  Skeptical Inquirer que en la actualidad cuenta con unos 35000 subscriptores distribuidos en más de 60 países.

Todo parecía transcurrir sobre los pasos deseados. Pero al poco tiempo, apenas al año siguiente, se produjo la primera baja significativa en este movimiento escéptico. Marcello Truzzi, uno de los inspiradores y más vehemente impulsores del CSICOP lo abandonó decepcionado. ¿Las razones de su marcha? Podemos leerlas a través de otro de los grandes nombres de la institución, que, sin embargo, se mantuvo dentro del comité. Se trata de Martin Gardner (1) el cual valoró en los siguientes términos la salida de su colega Truzzi: 
  

Después de los tres primeros números, se hizo evidente que había profundas diferencias filosóficas entre lo que Truzzi deseaba que fuese la revista y los deseos de los otros miembros de la comisión. Nosotros queríamos una revista de apoyo abierto, que adoptase una firme posición contra las formas más absurdas de la moderna pseudociencia. Truzzi pensaba que hasta los chiflados como Velikovsky debían ser tratados con respeto. Quería que la revista efectuase diálogos entre los escépticos y los verdaderos creeyentes, para presentar ambas partes de las controversias actuales. En resumen, quería una revista con un tono objetivo neutral, en contraste con lo que calificaba de mero “desenmascaramiento”. El resto de nosotros no consideramos que desenmascaramiento fuese una palabra tan negativa. Pensábamos que, cuando la pseudociencia se sumerge en el ámbito del irracionalismo, es apropiado ejercer el humor contra ella, y hasta ridiculizarla.”


Martin Gardner



Como vemos, lo que se estaba poniendo de manifiesto en el CSICOP, apenas al año de fundarse, era un sesgo burlón a la hora de abordar con actitud crítica los fenómenos anómalos. Lejos de intentar convencer al prójimo y proporcionarle herramientas para potenciar su pensamiento crítico, optaron por hacer humor y emplear el rídiculo como armas arrojadizas contra los crédulos.

La alternativa de Truzzi, por el contrario, era bastante distinta como el propio Gardner advierte. Marcello aspiraba a realizar un debate amplio sobre estas cuestiones, lo que en la práctica suponía, entre otras cosas, abrir las páginas del Skeptical Inquirer también a aquellos que postularan la existencia fundada de casuística anómala. La revista no debía ser  un lugar sólo para incrédulos y negativistas, sino un punto de encuentro y reflexión crítica para todos.

Que nadie piense por estas últimas consideraciones que Truzzi era un crédulo dominado por una ciega irracionalidad. Nada más lejos de la realidad. Él siempre esgrimió la famosa máxima a afirmaciones extraordinarias, le corresponden pruebas extraordinarias. De hecho, durante toda su vida se mantuvo vehemente y beligerante con lo extraño, reclamando siempre  pruebas contundentes a todo aquel que sustentara cualquier clase de postulado paranormal. Sin embargo, lo que le distinguió en este obrar de muchos otros también supuestamente escépticos, fue la necesidad de hacer pedagogía con el pensamiento crítico, sin pretender la imposición dogmática de sus opiniones ni, mucho menos, lanzar burlas hirientes sobre aquél que aún no las compartía.

Resulta evidente que entre el vencer y el convencer hay una gran distancia. Por supuesto, la segunda opción es mucho más costosa de conseguir que la primera. Y emprender ese camino intrincado y laborioso del convencimiento ajeno es algo que muchos autodenominados "escépticos" no están dispuestos a realizar. De ahí que crean encontrar un atajo en la vía de la ridiculización y la bufonada. El propio Gardner, por otro lado excelente divulgador científico y con obras absolutamente imprescindibles, hizo un emblema de esa postura al decir: Una carcajada, vale más que mil silogismos. Desgraciadamente, muchos "escépticos" entendieron que esto del pensamiento crítico era una suerte de club de la comedia y, paradójicamente, han acabado haciendo gala de un marcado seguidismo irracional.  

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