martes, 30 de noviembre de 2010

Experimentación paranormal bajo doble ciego.

El ensayo a ciegas o enmascarado es una herramienta básica para prevenir el sesgo o manipulación consciente o inconsciente, mientras realizamos una investigación experimental. También, permite distinguir el efecto placebo, es decir, los presuntos efectos producidos por una sustancia inocua, de aquellos otros efectos verdaderamente inducidos por la sustancia específica que se esté estudiando.

Dentro de estos ensayos a ciegas se suele distinguir entre el ciego simple y el doble ciego. Con un ejemplo sencillo entenderemos ambos procedimientos.
Hace muchos años, una conocida marca de bebidas de cola lanzó la siguiente campaña publicitaria: “Acepta el reto de Pepsi”. El desafío consistía en que un encuestador callejero ofrecía a los transeúntes la posibilidad de tomarse dos vasos de cola, pero sin conocer de antemano a qué marcas de bebida pertenecía cada uno de ellos. De este modo, el sujeto debía consumir a ciegas el producto sin que su percepción del sabor quedara condicionada, previamente, por su simpatía mayor o menor hacia alguna de las marcas ofrecidas. Pues bien, la prueba así planteada sería un ciego simple.

Sin embargo, si el propio encuestador al ofrecer los dos vasos de bebida al transeúnte también ignora qué marcas le está invitando a tomar, entonces estaríamos ante un doble ciego.

Este procedimiento experimental tiene una amplia difusión en todos los ámbitos del conocimiento. Quizás uno de los campos donde más se aplica sea en el sanitario. Allí, son muy frecuentes los estudios realizados mediante doble ciego controlado con placebo para comprobar la eficacia de un nuevo medicamento. El propósito de este tipo de protocolos está orientado a eliminar el poder de la sugestión tanto de los investigadores como de los pacientes, de tal modo que ni los médicos ni los participantes conocen durante el experimento quién está recibiendo qué tratamiento. La forma de operar implica crear dos conjuntos de pacientes:
- Un grupo llamado de control que recibe unas dosis de un “medicamento” placebo. Es decir, una sustancia neutra desprovista de cualquier virtud curativa.
- El grupo de estudio a la que se le aplica una dosis del medicamento real.

Como decimos, es fundamental que ni los pacientes ni los investigadores conozcan con antelación quién recibe qué hasta que no finalice el experimento. De este modo, el doble ciego evita que los investigadores informen sin querer a los participantes del estudio o que inconscientemente predispongan la evaluación de los resultados.

Para que en medicina un estudio de doble ciego sea eficiente debería involucrar al menos a 100 personas y, preferentemente, subir hasta 300. Los tratamientos considerablemente efectivos pueden tantearse de forma provisional en estudios menores; sin embargo, investigaciones que involucren alrededor de 30 personas o menos por lo general no prueban nada en lo absoluto.

Otro ejemplo famoso de doble ciego o ciego simple fue la prueba de C14 de la Sábana Santa cuya muestra se envió a tres laboratorios junto con otras dos muestras de sendas telas antiguas para que realizaran la pertinente datación, sin que ningún centro supiera el origen de cada muestra que evaluaba.

Este tipo de procedimientos y cautelas experimentales deberían aplicarse obligatoriamente en el estudio de los fenómenos anómalos. Las pruebas de aquello que se suele denominar Percepción Extrasensorial y Psicocinesis hechas en laboratorio y por profesionales competentes suelen aplicarla con rigor o, al menos, así aparece recogido en los artículos que publican. Pero en otros ámbitos como las psicofonías o la ouija también tiene cabida el doble ciego.




Veamos un protocolo experimental de esta índole aplicado, precisamente, al desarrollo de una sesión de ouija:

  • Todos los participantes deberán tener los ojos vendados salvo, lógicamente, los investigadores.
  • Dispondremos de una baraja de cartas o tarjetas con las letras del alfabeto y los números del 0 al 9
  • Se repartirán al azar todas las cartas sobre la mesa haciendo un círculo, pero con la letra o el número hacia abajo de tal manera que no se vean. A la vista quedarán únicamente los dorsos de las tarjetas. Al disponerlas de este modo, ni el investigador ni los participantes sabrán dónde está cada letra o número.
  • Entonces, se numerarán consecutivamente con un rotulador y por el dorso visible todas las cartas que están en el círculo, de tal manera que cualquier observador que contemple la mesa sólo verá una lista de números sobre unas tarjetas.
  • Comenzará la sesión. Se harán preguntas y se anotarán los movimientos del vaso o del master hacia las tarjetas. Las respuestas serán, por tanto, un conjunto de números.
  • Cuando termine la sesión se dará la vuelta a las cartas y se anotará con qué número visible estaba asociada cada letra o cifra oculta.
  • Luego se decodificarán las respuestas (esos conjuntos de números) transponiéndo  los valores correspondientes (letras y número ocultos), esperando que de esta operación salgan palabras coherentes y reconocibles.

Este sería el nivel ideal de doble ciego aplicado a la ouija que puede completarse con otros controles o condicionamientos como emplear un vaso sensible a la pulsación de los participantes que vaya registrando la presión ideomotora que ejerce cada uno de ellos todo momento durante la sesión o, directamente, hacer la ouija sin tocar el vaso.

El protocolo se puede ir rebajando en su exigencia progresivamente para saber en qué condiciones y en cuáles no el fenómeno esperado se manifiesta. Así, podremos acotar algunas de sus características más determinantes y detectar las variables que están involucradas en su aparición. Pero, también, evidenciar aquellas otras que lo imposibilitan, lo que nos ofrece unas buenas pistas para conocer su auténtica naturaleza ordinaria o extraordinaria.

En suma, este tipo de protocolos experimentales contribuyen a afrontar de forma escéptica y con garantías el estudio de un fenómeno como la ouija. Como vemos, no lo niegan de antemano, si no que permiten y apuestan por su análisis, aunque todo el proceso está destinado en primera instancia a superar lo que debería ser siempre el escalón inicial de esta clase de investigaciones: establecer dónde o cuándo –es decir, bajo qué condiciones y bajo cuáles no- aparece un suceso verdaderamente anómalo.













domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Es éste el pensamiento crítico que queremos? (IV)

Dentro de su, por otro lado, muy recomendable bitácora Magonia, Luis Alfonso Gámez tiene una entrada titulada: Ni el Éxodo ocurrió ni el mar Rojo se abrió para Moisés y los suyos, porque no existieron. El texto fue publicado el 22 de septiembre de 2010. 






Fotografa de la película Los 10 Mandamientos

Gámez hace una primera afirmación rotunda: 
El Éxodo, la huida de los israelitas de Egipto, es un invento de los autores del Antiguo Testamento, al igual que el personaje de Moisés. Por eso, es una estupidez especular sobre cuál fue la causa de que las aguas del mar Rojo se abrieran al paso de la masa de desharrapados liderada de Moisés. Da igual quién lo diga y dónde se haya publicado el estudio de marras.(…)

En verdad, ¿resulta insensato y estúpido especular sobre tales cuestiones? La narrativa bíblica es muy peculiar. Está repleta de milagrería, contradicciones, anacronismos, reiteraciones y a menudo ofrece versiones diferentes de un mismo suceso. Por ello, los investigadores suelen acudir a pruebas o indicios extra-bíblicos para dar credibilidad o no a los hechos narrados en el antiguo testamento. Esas pruebas extrabíblicas son otras fuentes contemporáneas a los hechos narrados  (crónicas egipcias, mesopotámicas, etc.) y la arqueología.

Dentro del mundo académico existen dos posturas a la hora de considerar o no como hechos históricos las peripecias contenidas en la Biblia.

-          De un lado, están aquellos que otorgan ciertos visos de historicidad a muchos de los hechos y personajes recogidos en este libro de libros.

-          Por otro lado, están quienes toman la mayoría de tales acontecimientos escritos como una fabulación interesada para construir al pueblo hebreo un pasado grandilocuente y legendario. A estos últimos se los suele llamar minimalistas.

Pero, tanto unos como otros, aceptan que en la Biblia conviven partes absolutamente inventadas con otras que tendrían un fundamento real e histórico. El problema está en esclarecer cuál es cuál. Y en eso no se ponen de acuerdo.

El caso del Éxodo y de Moisés es un buen ejemplo de este debate abierto. Aunque siempre es difícil de calibrar el parecer de una comunidad de investigadores, podría decirse que el sentir mayoritario es que el Éxodo no se produjo y que Moisés no existió, al menos en los términos literales con los que ambos elementos se presentan en la Biblia.

Sólo por citar dos estudios de referencia muy documentados y determinantes:

-          Israel Finkelstein y Neil A. Silberman La Biblia desenterrada, 2001. El primero de los cuáles pertenece a la universidad hebrea de Jerusalén.
-          Jan Assman, Moisés El Egipcio, Madrid, 2003. Hay una edición ampliada en alemán posterior.

En resumen, éstos y otros trabajos recientes han concluido que no existe evidencia ni arqueológica ni documental de la presencia de un amplio contingente semita en Egipto en época de Ramsés II, que es el faraón identificado en la Biblia. Tampoco hay ningún rastro de Moisés, más allá del Antiguo Testamento, a pesar de que se le considera un gran líder histórico de la época.

Ahora bien, ese juicio general no quiere decir que tales elementos no tuvieran alguna base real mínima. De ahí que este enfoque historiográfico se denomine minimalista.

Gámez en otra de sus entradas sobre asuntos históricos recomienda hacer lo siguiente: Hubiera bastado una simple llamada a la Universidad del País Vasco y hablar dos minutos con un prehistoriador o un biólogo para poner las ideas de Ribero-Meneses donde se merecen, en la misma estantería que los secuestros extraterrestres.

Siguiendo su consejo, no he llamado a la universidad del País Vasco, pero he recogido esta cita de un libro de José María Blázquez, catedrático emérito de Historia Antigua de la Universidad Complutense y antiguo profesor mío en unos cursos sobre orígenes del cristianismo. Blázquez es una de los historiadores españoles del Mundo Antiguo más relevantes y todo aquél que haya seguido sus trabajos, sabe perfectamente que sus investigaciones no están dominadas por ningún sesgo confesional. Pues bien, en la obra colectiva Historia de las religiones antiguas. Oriente, Grecia y Roma, Ed. Cátedra, Madrid, 1999, Blázquez dice lo siguiente:
No se puede dudar de la existencia de Moisés, a quien la tradición judía presenta como sacerdote, profeta, jefe carismático, autor del Pentateuco, fundador de la religión de Israel, organizador del culto y del pueblo y promulgador de la Ley. Pero la crítica moderna le ha despojado de casi todas estas cualidades. (Pág. 85) Más adelante, Blázquez añade: La antigua tradición israelita estableció una continuidad entre las tradiciones referentes a la misión de Moisés, a la salida de los israelitas de Egipto y a su estancia en el Sinaí. La tradición reciente vinculó a Moisés con esos acontecimientos, y le atribuyó toda la organización cultual así como la legislación civil y religiosa. En definitiva, atribuye a época de Moisés hechos muy posteriores en el tiempo. (Pág. 88).

Esta posibilidad de que parte de los hechos narrados por el Éxodo, en concreto el cautiverio y huida de Egipto, se hubieran producido realmente, pero en un época diferente a la señalada en la Biblia es una vía explorada por algunos investigadores. Por ejemplo:
  • James K. Hoffmeier, Israel in Egypt: the evidence for the authenticity of the Exodus tradition, Oxford University Press, 1996, reed. 1999.
  • James Hoffmeier, Ancient Israel in Sinai: the evidence for the authenticity of the wilderness tradition, Oxford University Press, 2005.
Hoffmeier es profesor del Antiguo Testamento e Historia Antigua del Próximo Oriente en Trinity Evangelical Divinity School y sus dos obras están publicadas por una institución académica de prestigio como es la Universidad de Oxford.

Es cierto que Gámez señala que no hay que fiarse de lo publicado: Da igual quién lo diga y dónde se haya publicado el estudio de marras. Aunque, por otro lado, recomienda consultar y asesorarse por la universidad para aclarar determinadas dudas acerca de los enigmas del pasado. Pero en ella encontramos trabajos como los de Blázquez o Hoffmeier que parecen quitarle buena parte de razón al periodista. ¿Dónde acudir entonces a buscar un estado de la cuestión satisfactorio sobre este asunto? Pues el propio Gámez pudiera ser una buena opción, ya que entiendo que él, hacia sí mismo, se considerará una referencia fiable y no contradictoria.

El 9 de agosto de 2008 Luis Alfonso publicó en Magonia una entrada titulada “Las huellas del Éxodo” donde comentaba el citado libro “La biblia desenterrada”. Allí Gámez cierra su comentario diciendo:
La conclusión es evidente: el Éxodo no sucedió. Es una invención de los redactores del Antiguo Testamento que responde a la necesidad de dotar de un pasado glorioso a los israelitas. No hay constancia histórica de la existencia de Moisés, como tampoco la hay de las de Abraham, Isaac, Jacob y otros personajes bíblicos. Los encuentros de Moisés con Yahvé en lo alto del monte Sinaí, donde recibe las Tablas de la Ley con los Diez Mandamientos, la caída de los muros de Jericó a los sones de las trompetas y la prodigiosa Arca de la Alianza forman parte de una narración mítica, salpicada de elementos históricos reales como hacen desde siempre los novelistas para dar verosimilitud a sus tramas.

Como vemos el propio Gámez admite que hay unos mínimos históricos que salpican el grueso de una narración legendaria. ¿Podrían estar dentro de esos mínimos históricos una inusual bajada de las aguas en el mar Rojo? Conviene recordar que en antropología, los mitos suelen descomponerse en unidades menores llamadas mitemas para ser tratadas de manera singular y encontrar su fundamento real o imaginario. ¿Podría ese el paso del mar Rojo un mitema fundado en un acontecimiento geológico inusual que hubiera quedado en el acervo popular de aquellas gentes? ¿Es tan descabellado y estúpido explorar esta posibilidad?

Yo diría que no. Hay una disciplina académica que se denomina Geomitología y que aborda el fundamento geológico y natural de algunos mitos religiosos o de comunidades preindustriales. Una obra traducida al español de esta corriente de investigación es  Leyendas de la tierra, Biblioteca Científica Salvat, 1.986, Barcelona, escrita por la geóloga  Dorothy Vitaliano. En ella se estudia entre otros muchos relatos religiosos o mitológicos, por ejemplo, la posibilidad de que las plagas de Egipto pudieran ser referencias folclóricas a determinados fenómenos climáticos y atmosféricos inusuales. Así que quita a dichos fenómenos toda pátina de milagrería y los convierte en acontecimientos muy terrenales.

Para el caso del Éxodo también hay otros trabajos académicos recientes en esa misma dirección de análisis geomitológico:
-          The Miracles of Exodus, Continuum International Publishing Group, 2006  escrito por Colin Humphreys que es físico y profesor de Ciencia de los Materiales en la universidad de Cambridge.

A la vista de todo lo hasta aquí expuesto, parece que no resulta algo irracional o estúpido entrar a analizar la posibilidad geológica de un mito, por muy falso que lo creamos. Y digo esto porque el propio Gámez lo ha hecho en alguna ocasión. En esta intervención suya en BilbaoTelevisión, Luis Alfonso habló de la Atlántida y especuló con la posibilidad de que el relato platónico pudiera haber tomado como base la historia de una pequeña población antigua y que la catástrofe fuera cierto fenómeno natural poco común.



¿Qué es por tanto lo que le molesta a Gámez de la simulación informática propuesta por Carl Drews? Pues, no la simulación en sí a cuyo contenido no dedica ni una sola línea, porque entiendo que criticarla en detalle está tan fuera de sus conocimientos técnicos como de los míos. En el fondo, el problema radica en el autor del trabajo: el propio Carl Drews. Al respecto dice Gámez:
Muchos medios han repetido las conclusiones del trabajo y las declaraciones de Carl Drews, científico creyente militante, como loritos sin pararse a pensar en que una simulación informática encaje con una ficción no convierte esa ficción en realidad. Y, lo que es más gordo, ¡han publicado el disparate en la sección de Ciencia cuando tenía que haber salido en la de Fundamentalismo religioso!
No hay excusas. Aquí se ha columpiado todo el mundo: empezando por PLoS ONE, que ha permitido que un estudio científico incluya referencias a hechos ficticios como si fueran reales; siguiendo por Eurekalert!, el servicio de información de la prestigiosa Asociación Americana para el Avance de la Ciencias (AAAS), que ha difundido una demencial nota de prensa en esa linea, titulada "Parting the waters: computer modeling applies physics to Red Sea escape route" (Partiendo las aguas: una simulación informática aplica la física a la huída por el mar Rojo); y los periodistas y medios que se han hecho eco de la historia acríticamente. A todos ellos: ¡felicidades! En su carrera por dar la noticia más sensacional han vendido como Historia una ficción religiosa. ¡A ver qué día nos informan del hallazgo de la cestita de Caperucita!


Conviene matizar algunas cosas. Uno puede ser creyente y, sin embargo, no proyectar sus creencias en los trabajos de investigación que realice. De hecho, Carl Drews es un creyente militante muy particular porque cabría pensar que estamos ante un defensor del creacionismo y nada más lejos de la realidad. En su página web personal Drews, es teísta convencido, pero acepta la evolución y apuesta por analizar la Biblia a la luz de la ciencia y no al revés.

Por otra parte, Carl Drews es un creyente militante muy extraño porque con su simulación informática defiende que la travesía semita por el Mar Muerto hubiera podido ocurrir sólo por causas naturales, lo que. en cierto modo, podría interpretarse como “qué morro tuvieron esos israelíes que aprovecharon un fenómeno extraño, pero natural, para vender un milagro y un designio de su supuesto Dios. Eran unos estafadores”. Y es que lo que se defiende en el artículo es la ausencia de cualquier acto divino, la negación de la presencia de Dios en ese episodio de la huída de Egipto. Es más, se está negando que allí hubiera sucedido cualquier tipo de milagro.

Si se es creyente militante y se buscan argumentos para demostrar que los hechos bíblicos son ciertos, lo lógico sería hacer un artículo diciendo “miren, por más vueltas que le hemos dado a lo del Mar Rojo, si ocurrió de verdad, tuvo que ser un milagro”. El trabajo de Drews sugiere todo lo contrario, es absolutamente desmitificador.

Indudablemente, por muy  crítico que se sea, nadie es totalmente coherente las 24 horas del día, 7 días a la semana y durante todos los años de su vida.

Cuando uno está expuesto a dar su opinión en un medio de comunicación público, un blog, un micrófofono… corre el riesgo confundir dicho medio con un púlpito y perder cierta conciencia objetiva de lo que hace. Aunque uno se crea un abanderado del pensamiento crítico, no se está exento de cometer errores y podemos acabar creyéndonos “divinos”. Para prevenir esa “divinización” ocasional, de la que nadie nos libramos en algún momento de nuestras vidas, los romanos usaban un esclavo que acompañaba al general triunfante en su regreso victorioso de la guerra. El esclavo se colocaba detrás del general en la cuadriga durante el desfile y le iba susurrando al oído “eres mortal, eres mortal”, mientras el gentío le aclamaba.

No debemos, por tanto, olvidar que somos mortales y víctimas del error. De lo contrario, al leer un post como éste escrito por Gámez, nos podemos llevar la falsa impresión de que el buen pensamiento crítico y escéptico es:

-       Argumentar contra la persona y no contra sus aseveraciones o trabajos de investigación. De hecho, si se trata de un creyente militante no hace falta siquiera leer tales trabajos.
-       Usar una doble vara de medir ante un suceso o investigación. Si es un mito bíblico no hay ni que mirarlo. Si es un mito griego, entonces se puede especular con su origen geológico e incluso salir en la "tele".
-       Conviene nublarse la vista con algunos prejuicios y apriorismos del tipo cualquier trabajo hecho por un creyente, automáticamente pertenece al fundamentalismo religioso.
-       Hay que exponer sólo una parte del estado de la cuestión sobre un determinado asunto o enigma. En concreto, únicamente hay que reseñar aquellas posturas académicas que estén a favor de la tesis defendida por el escéptico. Del resto, aunque igualmente sean universitarias, mejor no decir nada.


Para ir terminando,  también podemos llegar a la conclusión de que hay mucho estúpido entre el profesorado de las Universidades de Oxford, Cambridge y Complutense de Madrid. Si tenemos la mala suerte de que atienda nuestras dudas uno de ellos, estaremos perdidos. Pero ¿cómo distinguir los buenos de los malos? ¿Los acertados de los equivocados? Ni siquiera el propio Gámez parece una fuente del todo coherente.

Por último, si el que especula sobre la posibilidad geológica del cruce del Mar Rojo durante el Éxodo es un fundamentalista religioso, quien hace parecidas cábalas con el mito de la Atlántida ¿es un fundamentalista atlante?.

¿Es éste el pensamiento crítico que queremos? (III)

En una reciente entrada titulada El ridículo misterio de la viajera en el tiempo de una película de Chaplin de 1928”,  Luis Alfonso Gámez se hacía eco en su blog Magonia de las especulaciones del director irlandés George Clark. Al parecer este cineasta había tropezado con un pequeño fragmento de una película de Charlot en la que aparecía una mujer con un extraño dispositivo en la oreja que, a su juicio, podía tratarse de un teléfono móvil. En su opinión, ese insólito aparato podría indicar que la persona en cuestión bien pudiera ser un crononauta o viajero en el tiempo que se habría visto así inmortalizado en el celuloide, por casualidad, hace ocho décadas.

Fotograma de la presunta crononauta

 

Ciertamente, la noticia a Gámez le parece ridícula y, de hecho, al cabo de unos pocos días el enigma quedó resuelto una vez saltó la noticia a los medios. Determinados especialistas indicaron que lo que aparecía junto a la oreja de la presunta crononauta no era nada más que un audífono de la marca Siemens patentado en 1924.

Interesa aquí, primero leerse el texto completo de Gámez que por razones obvias no pongo. A través de él, creo que podemos acceder a cierta psicología profunda muy reveladora de una nueva mala práctica de pseudoescepticismo.

Si repasamos la secuencia de acontecimientos vividos en primera persona y narrados por el propio Gámez tenemos lo siguiente:

-          el día 20 surge la noticia, insólita pero curiosa. De hecho, los medios consideran que puede tener algún interés y la difunden internacionalmente.
-          Gámez la lee hacia el 25, pero no dice nada al respecto.
-          El día 28 Jen Chaney publica cuatro hipótesis como posible explicación de dichas imágenes:
o    la mujer está usando algún tipo de audífono;
o    está utilizando su mano izquierda para amplificar el sonido;
o    está sujetándose el sombrero;
o    está tocándose la cara.

-           El día 29 la prensa anglosajona confirma que, en verdad, se trata de un audífono de la época.

Pues bien, ahora ya sí, apenas un par de días después Gámez incluye la noticia en su blog. En concreto dice entre otras cosas:
La historia es ridícula de principio a fin y, a la vez, preocupante. ¿Qué pasa en los medios que la han publicado como posible? ¿Se han vuelto algunos periodistas definitivamente locos? ¿Toman a su público por idiota? Hasta hace poco, algo así sólo podía salir en programas como Cuarto Milenio, donde Iker Jiménez y su equipo presentaron ya hace cuatro años a un hombre arrollado por un tren como un viajero temporal. Lamentablemente, la lucha por la audiencia hace que el ikerjimenezismo se extienda entre muchos medios, y ya se sabe que, cuando ese tipo de pseudoperiodismo entra por la puerta, el rigor y la credibilidad saltan por la ventana. Y con ellos, no se olviden, se va una parte importante del público…

Si leemos entrelíneas el comportamiento de Luis Alfonso podremos extraer algunas consideraciones:
-          Gámez ante un misterio, por más ridículo que sea, prefiere callarse a exponerlo y buscar respuestas.
-          Poco más puede hacer, quien al ser divulgador más que investigador depende de lecturas y trabajos ajenos para resolver las cuestiones que publica.
-          Pero en su caso, esta actitud pasiva va aún más lejos: el reclamar un silencio general y total sobre el asunto.
-          Sin embargo, si miramos el desarrollo de los hechos con atención, observamos que, precisamente, ha sido la publicidad que le han dado los medios a ese “misterio” la que ha posibilitado el debate público y la refutación, poco después, de todas las especulaciones de Clark.
Todo este proceso de exposición pública, duda, reflexión crítica y rectificación de los postulados originales, ha acontecido en un tiempo muy razonable: 10-15 días.

En definitiva, la propia prensa que difundió la noticia, se encargó de desactivarla, por lo que los medios de comunicación parecen haber obrado responsablemente: no negaron una información al público, por extraña o ridícula que pudiera parecer a priori, alentaron un debate crítico sobre el tema del que hicieron partícipes a sus lectores y ellos mismos cerraron la cuestión ofreciendo una respuesta coherente. Durante este recorrido, las páginas de estos medios estuvieron abiertas a un contraste de ideas y posibilidades, a mi juicio, bastante sensato.

Por el contrario, si todos hubieran hecho lo que Gámez, las especulaciones de George Clarke seguirían flotando sin recibir su correspondiente refutación.
Si todos hubieran hecho lo que Gámez, seguiría circulando por internet un falso misterio sin obtener una réplica adecuada.

La pregunta es obvia: ¿Cuántos misterios para los que no tiene explicación, conoce Gámez y no los divulga? ¿Cuántos misterios, para él inexplicables y ante los que no sabe qué decir, se calla?

Por todo lo anterior, esas recomendaciones vehementes de Gámez para este caso concreto, creo que bien pueden ilustrar un nuevo aspecto del pseudoescepticismo: aquel que tiende a amordazar los medios de comunicación de antemano, en lugar de incentivar el debate crítico y exigente de cualquier cuestión dentro de esos mismos medios. Asimismo, niega la oportunidad de darle a cualquier persona todos los elementos y posturas contrastadas sobre una cuestión para que ella misma forme su propio juicio, prefiriendo que intervengan en esa oferta informativa paternalismos u otra suerte de filtros mediáticos que no se sabe bien en manos de quién deberían estar.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Henri Broch y la Zetética como el fino Arte de la Duda

Un investigador de los fenómenos anómalos en el que, a mi juicio, podríamos reconocer una actitud escéptica similar a la demostrada por Truzzi (véase esta entrada anterior) y que, de hecho, usa como emblema el término Zetética para calificar la labor que lleva a cabo, sería el francés Henri Broch.

Al igual que Truzzi, Henri Broch no cree en la existencia de los fenómenos paranormales. Pero, bajo mi punto de vista es no es relevante. Lo importante en estos temas no debería ser la credulidad o no en dichos fenómenos, sino la actitud crítica y metodológica que manifestemos ante los mismos.

Cualquiera que lleve metido en estas cuestiones un mínimo de tiempo, se habrá percatado de que en este mundillo muchos buscan experiencias, mientras que otros optamos por los experimentos. La diferencia entre uno y otro elemento es muy evidente:

o   La experiencia pertenece al universo de lo privado, de lo subjetivo, del conocimiento individual y no compartido.
o   El experimento pertenece al universo de lo público, de lo objetivo y genera conocimientos susceptibles de ser compartidos.

Con ello no le estoy quitando todo el valor a la experiencia. Ésta puede estar bien como un primer indicio de que estamos ante algo extraño o raro. Pero, luego, se debe dar paso al experimento que otorgue un valor más adecuado a lo vivido, así como revele su verdadero carácter extraordinario o no.



Henri Broch


Regresando a la figura de Henri Boch, podría decirse que este doctor en Ciencias y profesor universitario encarnaría a una persona absolutamente incrédula, pero que afronta la investigación de estos fenómenos mediante la experimentación. De hecho, a mi entender, argumenta y justifica su incredulidad a través de diferentes experimentos que él mismo ha realizado. No busca lealtades incondicionales a su manera de pensar, sino convencer presentando resultados experimentales que desde 1993 lleva realizando en el Laboratorio de Zetética de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Niza y que él mismo se encargó de fundar. Todo este comportamiento puede consultarse en la propia web del citado laboratorio así como en sus tres principales monografías: Fenómenos paranormales. Una reflexión crítica, Madrid: Editorial Crítica, 1987; Conviértase en brujo, conviértase en sabio, Barcelona: Editorial B, 2003  y Magos, gurús y sabios, Gedisa Mexicana, 2007.

Para entender más de cerca la manera en Broch aborda estos asuntos conviene leer una buena entrevista que le hicieron en la revista digital chilena TAUZERO. Veamos un primer extracto de su forma de pensar. Dice Henri Broch:

Cuando me preguntan por qué estoy en CONTRA de los fenómenos paranormales, yo respondo que ésa es una presentación muy abusiva y negativa de mi aproximación. La invierto entonces pues, de hecho, yo estoy POR una aproximación seria, POR el desarrollo del conocimiento, POR la difusión de la verdad… Es esta aproximación positiva de la pregunta la que, según mi opinión, permite interesar a los estudiantes y a un público más amplio. Podríamos resumir mi posición diciendo que es relativamente difícil explicar qué es la ciencia y es mucho más fácil mostrar lo que ella no es. Y los llamados fenómenos o experiencias de parasicología, espiritismo, hechicería, radiestesia, astrología y otros dominios paranormales son el soporte ideal para esta empresa, que permite compartirlo con el mayor número de personas.

En cuanto al empleo del término Zetética, Henri Broch parece coincidir con Truzzi en que “escéptico” es una palabra un tanto contaminada y adulterada en su verdadero significado. Para este investigador francés, Zetética sería un término poco conocido que permite evitar toda connotación negativa que otro término (conocido) caracterizaría la gestión científica que podemos realizar.

¿En qué consistiría para él la Zetética? En “El Arte de la Duda” afrontada con las armas del método científico:

No es suficiente entonces informar a los niños y jóvenes de hechos duros o de difundir un conjunto de conocimientos (…) Una de las tareas principales deber ser otorgarles la posibilidad de probar sus ideas, de evaluar hipótesis bajo una forma u otra, de apreciar argumentos en su justo valor; en resumen, de hacerlos adquirir o desarrollar un comportamiento objetivo e imparcial con respecto a la información recibida. (…)La ciencia moderna, por su complejidad, parece haberse vuelto casi incomprensible. (…)Ofrecer a cada persona las herramientas necesarias para una reflexión sobre lo paranormal permite una reflexión sobre lo que está en juego: las elecciones científicas y tecnológicas que marcarán necesariamente su futuro.

De este modo, la Zetética abogaría por el conocimiento no dogmático, sino probatorio a través de la experimentación. Y, a la vez, apostaría por el protagonismo de la duda inicial y su clarificación a través del método científico.

Podemos ilustrar este modo de proceder de Herni Broch a través del premio que lleva convocando desde 1987. El denominado “Desafío  Internacional Zetético”. Se trata de un llamamiento general para toda aquella persona que crea tener algún tipo de capacidad paranormal. Si el sujeto en cuestión consigue demostrar tal capacidad, recibirá 200.000 euros. Pues bien, entre 1987 y 2002 pasaron 264 personas por el laboratorio de Henri Broch. Sin duda, este premio es similar al ofrecido por James Randi en el CSICOP o al que hubo en su día en la Sociedad Española de Parapsicología, dotado ambos con fuertes sumas de dinero.

Pero, lo interesante del caso de Broch, al margen de los resultados negativos obtenidos hasta la actualidad, es la manera en la que plantea las pruebas a los presuntos dotados: resulta suficiente que la persona nos haga la demostración de su don en circunstancias claramente definidas desde un comienzo y de común acuerdo.

De estas sesiones experimentales, Broch ha sacado algunas conclusiones que juzgo de interés destacar:

El primer punto fuerte que se ha despejado de todos estos contactos que hemos tenido es que, en la gran mayoría de los casos, las personas que reivindican estos dones paranormales lo hacen de manera desinteresada y sobre todo creen sinceramente tener poderes que podrían demostrar fuera de los tests de prueba.

Nos hemos sorprendido de ver hasta qué punto estas personas no tienen la menor idea de lo que significa una prueba, un control doble o simple ciego, etc, o incluso simplemente poder controlar la existencia del fenómeno antes de lanzarse en dar grandes teorías explicativas.

Con estas personas, hemos establecido y guardado, salvo raras excepciones, un buen contacto con simpatía y las relaciones se han desarrollado en un ambiente francamente cordial y sin ningún prejuicio a priori.

Como vemos, Broch incluso cuando intenta verificar la naturaleza real o falsa de un fenómeno, hace pedagogía del pensamiento crítico. Busca un consenso con el presunto dotado de tal modo que, sin traicionar ni desvirtuar el poder aclaratorio del experimento en sí, sirva al propio investigado para transmitirle herramientas con las que analizarse a sí mismo críticamente. Desde luego, en ningún momento parece ridiculizar sus “poderes”, si no que intenta que el dotado tome distancia sobre sus propias facultades para que así pueda juzgarlas de una manera desapasionada y objetiva.

Toda metodología empleada, los experimentos y protocolos se pueden consultar en la página web del laboratorio y también la ha publicado en algunos de sus libros. Resulta, por lo tanto, una excelente vía de la que aprender metodología seria y fundada con la cual poder, luego, lanzarnos al estudio de estos fenómenos.

Para concluir ya, una última reflexión más muy personal. Este mundo popularmente denominado del misterio si tiene algún tipo de definición sería la de colocarnos a cada uno de nosotros ante las fronteras mismas de nuestros conocimientos. Pero:

o   Nuestros conocimientos, no son todos los conocimientos existentes. Seguramente, sobre muchas de nuestras creencias estamos mal informados. De ahí que siempre debamos mantener la capacidad de rectificar, de reconocer que estamos equivocados ante razones o evidencias más poderosas y de mejor calidad que las nuestras.
o   En segundo lugar, no hay que confundir lo extraño, lo raro con aquello que es normal pero poco frecuente. Hay situaciones, fenómenos o hechos poco comunes, pero que entran dentro de la “normalidad” y que no necesitan de ningún ser espiritual, extraterrestre o energía desconocida para intentar darles sentido.
o   Debemos ser muy competentes y auténticos peritos en conocer la “normalidad” de aquello que estudiamos. Saber los límites precisos de lo normal para tener claro dónde empieza lo anómalo o extraño de un suceso. Esto exige una formación profunda y académica, una gran dosis de espíritu crítico y verdaderos equipos interdisciplinarios.
o   Por último, nada de culto a la personalidad ni a la trayectoria de un investigador. Que hablen sus hechos y sus procedimientos. Considero que ninguno somos perfectos las 24 horas del día y, por el contrario, todo aquél que habitualmente comete errores, en ocasiones, también puede hacer algo digno de consideración.

¿Está reñida esta actitud escéptica con el misterio? Acudo a las palabras de Henri Broch para contestar esta pregunta y finalizar esta entrada:

Un buen investigador necesita información, herramientas e imaginación. En efecto, la racionalidad científica no impide en nada la libertad de pensar o soñar y la imaginación es incluso uno de los componentes fundamentales del ser humano y se encuentra en su lugar, ya sea en la ciencia o en otra parte. Es necesario simplemente vigilar de no confundir poesía, hipótesis de salón e hipótesis de trabajo; es por esto que yo me dedico a recordar sin descanso que el derecho a soñar tiene aparejado el deber de vigilancia.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Zetetic y el Pseudoescepticismo según Marcello Truzzi

Ya comenté en un entrada anterior cómo Marcello Truzzi, profesor de sociología en la Eastern Michigan University, abandonó decepcionado el CSICOP apenas un año después de contribuir a su fundación.
Sin embargo, eso no le desanimó del todo e intentó seguir llevando a la práctica su manera escéptica de abordar los fenómenos supuestamente anómalos. Volcó su atención en la edición de la revista Zetetic Scholar y en la dirección del Center for Scientific Anomalies Research.

Este abordaje sensato e inteligente de lo extraño, abierto al debate crítico y constructivo entre todas las partes implicadas, puede verse en las páginas de la mencionada revista cuya consulta y descarga online se puede hacer en esta dirección: http://www.tricksterbook.com/truzzi/ZeteticScholars.html


Marcello Truzzi


Como ya quedó señalado en un post anterior, a Truzzi le debemos atribuir la frase de que afirmaciones extraordinarias, requieren de  evidencias extraordinarias. Buena prueba de su carácter personal incrédulo ante la casuística insólita. Sin embargo, el mismo tono exigente demostró ante aquellos que se autocalificaban de escépticos y que, en su opinión, habían traicionado el verdadero sentido de la palabra. Por ello, reivindicó el concepto más primitivo del término griego Zetetic, a la vez que profundizó como sociólogo en la postura radicalizada que mantenían muchos presuntos epígonos del escepticismo actual. Para caracterizar su modo de pensar y actuar, Marcello Truzzi acuño el vocablo Pseudoescepticismo cuya definición y desarrollo dejó reflejado en este artículo:  "On Pseudo-Skepticism" en The Zetetic Scholar, N° 12-13, 1987. Una traducción al castellano del mismo puede encontrarse aquí. Aunque merece ser leído al completo, conviene al menos incluir a continuación algunos de sus planteamientos más esenciales:

A lo largo de varios años, he condenado el mal uso del término "escéptico" para referirse a quienes cuestionan las afirmaciones sobre anomalías. Lamentablemente, el término ha sido abusivamente utilizado de esta forma tanto por partidarios como por críticos de lo paranormal.

Dado que -en términos correctos- "escepticismo" se refiere más a la duda que a la negación -incredulidad en lugar de creencia-, los críticos que adoptan la posición negativa en vez de la agnóstica, pero siguen autodenominándose "escépticos", son de hecho pseudoescépticos y, según creo, han ganado una falsa ventaja usurpando ese título.

En ciencia, la carga de la prueba recae en quien hace la afirmación, y cuanto más extraordinaria es ésta, más pesada es la carga de prueba que se le debe exigir. El verdadero escéptico toma una posición agnóstica, según la cual no se rechaza una afirmación sino que considera que ésta no está probada. Se afirma que el defensor de aquella afirmación no sustentó la carga de la prueba y que la ciencia debe continuar construyendo su mapa cognitivo de la realidad sin incorporar la afirmación extraordinaria como un "hecho" nuevo.

Pero si un crítico afirma que tiene evidencias para una refutación, es decir, que tiene una hipótesis negativa -asegurando, por ejemplo, que un aparente resultado psi era en realidad un resultado espurio derivado de los procesos de control o de análisis- entonces está haciendo una afirmación y por lo tanto también debe lidiar con el peso de la prueba. A veces, los críticos hacen afirmaciones negativas bastante extraordinarias -por ejemplo, que un OVNI era un plasma gigantesco, o que alguien en un experimento psi obtiene pistas mediante una capacidad anormal para captar sonidos que pasan desapercibidos a los oídos normales-. En tales casos, el crítico que afirma también debe lidiar con una carga de prueba más pesada que la que se espera normalmente.

Los críticos que hacen afirmaciones negativas, pero que erróneamente se llaman "escépticos", frecuentemente actúan como si no tuviesen absolutamente ninguna carga de prueba sobre ellos, aunque tal posición sólo sería apropiada para el escéptico agnóstico o verdadero. Una de las consecuencias de esta situación es que muchos críticos parecen creer que basta con presentar una argumentación fundada en la plausibilidad de su contra-afirmación, sin necesidad de presentar evidencias empíricas.

Suelen apuntarse otros rasgos generales del pseudoescepticismo, extraídos de éste y otros artículos escritos por Truzzi, tales como:
  • La tendencia a más bien negar que a dudar.
  • Usar una doble vara de medir en sus análisis críticos.
  • Emitir juicios sin una completa investigación.
  • La tendencia a desprestigiar más que a investigar.
  • Uso de ataques ad hominem.
  • Presentación insuficiente de evidencias o pruebas.
  • Referirse peyorativamente a los que proponen determinada disciplina como «promotores», «pseudocientíficos» o practicantes de «ciencia patológica».
  • Al censurar, asumir que no es requerido el deber de la prueba.
  • Hacer contraargumentos no comprobados.
  • Contraargumentar basándose en lo que parece más razonable o plausible en vez de en la evidencia empírica.
  • Insinuar que una evidencia poco convincente es un fundamento para descartarla.
  • Tendencia a descartar «toda» evidencia.

La relación de los escritos de Truzzi de dónde se han extraído estos rasgos pueden consultarse aquí: http://gl.wikilingue.com/es/Pseudoescepticismo

En mi opinión, y sin necesidad de caer en ningún culto a la personalidad, sí que creo que Marcello Truzzi puede ser un buen ejemplo de dos planteamientos interesantes:

  • Detectar y criticar las prácticas pseudoescépticas no implica aceptar ciegamente la existencia de lo paranormal. Truzzi era un convencido incrédulo en estas materias.
  • Dudar ante la veracidad o falsedad de un fenómeno anómalo, no es síntoma de debilidad mental, ni tampoco supone darlo por auténtico y demostrado. Es sólo el comienzo de la búsqueda empírica, científica y rigurosa de su verdadera entidad objetiva. La duda no anticipa la verdad o la mentira de ninguna cosa, sólo nos pone en guardia y vigilancia ante unos sucesos. Es, por consiguiente, una suspensión del juicio hasta que evidencias y argumentos de mayor calidad confirmen o rebatan lo acontecido.